16 MAY 2018
La Jessi y la Vane, arrabaleras, célebres y literarias
En los ires y venires del significado connotativo del lenguaje, los nombres propios protagonizan uno de los ejemplos más trágicos de las consecuencias de ese vaivén. Nacida la criatura, a los progenitores más osados, presos de un entusiasmo estético desmedido, les ha bastado una simple visita al Registro Civil para llevarse por delante la reputación de sus vástagos. En los tiempos que corren, llamarse Jéssica o Vanessa puede resultar una faena, pero no siempre fue así, el origen de estos nombres se remonta a la literatura de los siglos XVI y XVIII respectivamente, no hay más que conocer su historia para vanagloriarse de ser ‘la Vane’ o ‘la Jessi’.
Esther Vanhomrigh, musa inspiradora del poema Cadenus and Vanessa, enamoró a Jonathan Swift, autor de Los Viajes de Gulliver, quien al estar casado con otra mujer, en su afán por ocultar la identidad del que se dice fue el amor de su vida, utilizó parte del apellido y parte del apodo (Essa por Esther) para referirse a ella, y de la voz secreta de estos versos surgió Vanessa. ¿Y Cadenus? —os preguntaréis—. Cadenus es el anagrama de la palabra decano, puesto que ocupaba el autor por aquel entonces. En cuanto a Jessica, Shakespeare acuñó un sinfín de nuevos términos en inglés, se cree que más de 1700. La lengua inglesa en su riqueza le debe a él tanto como Jéssica, pues su nombre deriva de la palabra hebrea ‘Iskah’, que significa ‘previsión’ y que en su traducción al inglés en la Biblia de la época shakespeareana derivó en ‘Jeska’, y de ahí sacó William Shakespeare el nombre para el personaje de su obra El mercader de Venecia.
¿Cómo te quedas? El porqué de estas derivas connotativas, siempre relativas, es un misterio sobre el que disfrutamos elucubrando, pero eso ya lo dejamos para otro día.